¿Desde cuándo fue un problema votar? ¿Qué miedo se le puede tener al adelantamiento del hecho fundamental de la democracia como lo son las elecciones? ¿Cuantas generaciones estuvieron vedadas de ese derecho fundamental?
Sobradas son las razones por las cuales, es fundamental que la Argentina no se embarque en una larga campaña plagada de chicanas, cuando en realidad debemos tener los relfejos alertas frente a los coletazos de la crisis internacional, a fin de tomar las medidas que correspondan.
Sin embargo la oposición y su coro mediático (o viceversa), se sambuyen nuevamente en el lodo de la insidia, el invento y la pura especulación -de una irresponsabilidad inaudita- frente a un mundo que se prepara a descubrir las nuevas calimidades de un sistema que viaja a la deriva por esta parte de la historia.
Se adelantan las elecciones, hay que ratificar o rectificar el rumbo… ¿Tanto problema? ¿Por qué algunos sectores se ponen tan nerviosos? Será que los une el odio a este proyecto y nada más. Será que eso hace muy lento conformar un frente electoral. Será que no tienen ningún tipo de propuesta. Será que toda la pelea se resume a quienes serán los candidatos…
Nosotros, es verdad, no tenemos ese problema: NUESTRO CANDIDATO ES EL PROYECTO. Nuestro candidato son las realizaciones, las obras, la baja de la desocupación, la soberanía económica tras el pago al FMI, las miles de casas entregadas, las cloacas, el agua potable, las escuelas, la producción, los científicos que ya no lavan platos, los argentinos que vuelven del exterior porque se está mejor acá, la Corte Suprema independiente, la Memoria, la Verdad y la Justicia, Aerolíneas otra vez Argentinas, la recuperación de un sistema previsional justo y solidario en manos de timberos financieros, y una lista interminable de logros a través de 6 años que cambiaron y devolvieron la dignidad al pueblo argentino, y que no estamos dispuetsos a regalar.
Se acercan las elecciones y en la ciudad de Buenos Aires se repiten las mismas melodías que, tras varios comicios, nos han llevado a la situación actual: la derecha en el gobierno, atendida por sus propios dueños.
Vuelven a invocarse las palabras “progresista”, “amplitud”, “centroizquierda”, etcétera. Ahora bien, ¿qué será ser progresista? Se pueden dar muchas definiciones, pero hay un elemento que no debe pasarse por alto. Se trata de un argumento incontrastable: se es progresista –o no se es– siempre frente a un contexto determinado, en función de las acciones que en ese contexto desarrollan tal fuerza política o tal dirigente.
Tristemente, la realidad política de la ciudad no termina de reconocer esta cuestión. Aquí el mote de progresista es algo que viene dado, se es progresista en abstracto. Se es progresista si se tiene un tono de voz mesurado, si las convicciones se defienden hasta el punto de no ofender ningún interés, si –por supuesto– se mantiene la mayor distancia posible de esa “enfermedad” argentina que se llama peronismo. En definitiva, se es progresista si no se hace nada; ni bueno, ni malo.
Los porteños hemos visto claramente el resultado de esta política. Esta concepción fue gobierno en la ciudad durante seis años. Por acción o inacción, por falta de audacia o desinterés hacia los sectores populares, esa concepción terminó causando un notorio desencanto del electorado porteño con la forma de gobierno del progresismo. Los errores de esos seis años fueron los que dejaron el campo abierto para que la derecha ganara en la ciudad. Una derecha que no tiene nada de tímida, ni de mesurada; por el contrario, gobierna de acuerdo con sus intereses y su base social.
En suma, ignorar la responsabilidad del pseudo progresismo en la llegada definitiva del gobierno que hoy padece la ciudad es tapar el sol con un dedo y seguir jugando a las escondidas en un distrito clave por su influencia nacional. Como señalaran la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, y el ex presidente Néstor Kirchner, el sentido de las próximas elecciones trasciende la realidad local. Se trata de plebiscitar un modelo en los albores de una crisis internacional de dimensiones aún desconocidas. Este es el contexto en el que se define quién es progresista y quién, en todo caso, es reaccionario, retardatario y antipopular. Este es el contexto en el que los argentinos tenemos que definir si ratificamos el rumbo de un proyecto que comenzó a caminar en 2003 y que, por las profundas transformaciones realizadas en la Argentina, ya nos permite hablar de un modelo.
Haber reconstruido la Argentina; la institucionalidad, la economía, los valores democráticos, la Justicia, la dignidad nacional, la producción y el trabajo como pilares del desarrollo, entre tantos logros, no ha sido gratis. Una derecha new age organizada y construida desde los medios de comunicación, con las mismas concepciones de 1880, se ha puesto como objetivo innegociable terminar lo antes posible con este proyecto, con este modelo. Mientras tanto, los amigos “progresistas” miran el techo y deshojan la margarita de la mezquindad para ocupar media banca más. Quieren recuperar el espacio político que perdieron con los dos últimos gobiernos de la Argentina. ¿Por qué Cristina y Néstor ganaron el espacio que habían perdido los autoproclamados progresistas? Simplemente por el hecho de hacer lo que aquéllos proclamaron en infinidad de ocasiones y nunca realizaron.
Se es progresista si se defiende este modelo. Esta es la discusión que hay que dar con sinceridad, sin mezquindades, ni especulaciones. El juego de la escondida, en la ciudad, ya sabemos cómo termina. Ahora tenemos la oportunidad de comenzar un camino distinto que signifique defender el proyecto político que ha transformado la realidad del país y que abre una opción de futuro. Todo lo otro, lamentablemente, ya lo conocimos.